Tras el anodino informe Mueller, el naranja presidente de los Estados Unidos volvió a ser casi el mismo que en sus peores días de campaña, allá por 2016.

Fiel a su estilo, Donald Trump ha decidido que el hecho de no ser acusado de forma directa es una absolución total de sus posibles crímenes y acciones ilegales en materia electoral, lo que le ha dado impulso a su espíritu de trollmayor de Twitter y a su costumbre de usar a México como eje de su discursivo racista electoral.

Sin embargo, todas las amenazas, toda su verborrea digital y presencial, solo dejan en claro el miedo que tiene Trump a no ser reelegido y su profunda dependencia de los mexicanos para asegurar 4 años más en la Casa Blanca, en pocas y claras palabras: Trump depende de nosotros.

Podríamos pensar que es al revés, que si el mandatario estadounidense decide cerrar por completo la frontera estaría provocando una gran crisis para nuestro país, ya que nos quedaríamos con miles de millones de dólares en materias primas, maquila y productos terminados que se exporta más allá de Río Bravo. Eso sin mencionar la crisi humanitaria que podría desatar.

Sin embargo, dicha amenaza es algo casi imposible que cumpla Trump. No por que carezca del poder, el impulso o la fuerza necesaria, sino por la simple razón de que muy probablemente perdería las elecciones si, en un arranque de estupidez, se atreviera a realizarlo.

Y es que en México se nos olvida que el comercio y la frontera no son asuntos solo del lado mexicano. Miles y miles de negocios de nuestro vecino del norte quedarían en quiebra por falta de insumos y fuerza laboral (hablando solo de la que es legal). Además, ellos no podrían traer de este lado los miles de toneladas de productos que nuestro inundado mercado comercializa día con día.

Esto, en plata, significa que habría decenas de miles de millones de dólares entre ambas partes que se detendrían y decenas de miles de ciudadanos americanos serán afectados por el nuevo berrinche de su presidente, una pequeña masa crítica que bien podría afectar la fortaleza de la candidatura trumpetera para 2020.

Y es que si hay algo que en Estados Unidos puede transformar un devoto político en un enemigo acérrimo es disminuir la cantidad de dinero que esa persona puede llevarse a los bolsillos. Bastaría con que un candidato demócrata, o algún precandidato republicano anti Trump, prometiera un alto a estas pérdidas para que muchos votantes decidieran cambiar el sentido de su voto, con lo que las aspiraciones de un segundo mandato podrían esfumarse.

Esto coloca a nuestro país y al gobierno federal en una posición de ventaja estratégica poco visibilizada, en la que manejando de forma efectiva las benditas redes sociales y haciendo algunas declaraciones públicas podrían levantar la bandera de alarma entre muchos de los votantes wasp de Trump, señalando cómo los lleva a un despeñadero sin precedentes en la relación entre ambos países.

La oportunidad de obtener una ventaja ante la trumpiana obsesión contra nuestro país y cualquier migrante que pueda ingresar a su territorio nacional desde México solamente crecerá, entre más cercana sea la fecha de las elecciones presidenciales.

Por esta razón, tanto el gobierno como los empresarios y la sociedad en general deben de presentar un frente unido ante las bravatas presidenciales y establecer una agenda y un plan de acción coordinada, la cual debe incluir los fondos para enfrentar la contingencia de un cierre parcial o total de la frontera, en forma de nuevos canales comerciales para todos los productos posibles y apoyos de parte del gobierno a los negocios afectados, por un tiempo determinado.

No olvidemos que la oportunidad no se repetirá una vez que el proceso electoral estadounidense culmine y el nuevo gobierno mexicano debe mover rápido sus fichas para poder lograr una ventaja sustancial. Esto se asemeja a la oportunidad que Cárdenas aprovechó en 1938: el escenario político internacional que limitaba a Estados Unidos para actuar contra una acción como la expropiación petrolera.

 

Al final, solo se trata de confiar en nosotros mismos, actuar con decisión y entender que en el norte dependen de nosotros en gran medida. Es cierto que, en muchos sentidos, Trump regresó a ser quien era en 2016, pero en esta ocasión tiene el peso de las promesas y alardes sin cumplir, lo que nos da una fuerza extra contra su irracionalidad.